“Nací en el año 1931, aquí en Santiago Vázquez, así que ya llevo unos cuantos añitos.

Mi padre trabajó en el Matadero y siempre nos contaba cómo tiraban las achuras y la gente iba con unas latas grandes, de 20 litros, y se traían de todo, los corazones, las lenguas, el mondongo porque tiraban todo, de todo eso no se aprovechaba nada.

Nosotros éramos 15 hermanos. Cursamos en la escuela, hasta sexto año y después no hice ningún estudio secundario ni nada porque en aquella época el viajar para ir a estudiar costaba mucha plata A los 10 años ya estaba trabajando en las quintas.

En épocas de vacaciones nos íbamos todos a juntar arvejas, a lavar zanahorias, a atar acelgas, todos esos trabajitos que son como para los chiquilines. Después trabajé en una panadería, repartía pan con canastas en los brazos. A los 14 años un señor de acá le propuso a mi padre mandarme a trabajar a una confitería del centro, “El Timón”. Empecé ahí y viajaba todo los días en el tren de La Barra. Salía a las 5 y media de la mañana.

Trabajábamos 12 horas diarias, y fue una cosa que empecé en la confitería y me gustó tanto el oficio que a los 18 años ya era confitero y estaba a cargo del personal, y eso me valió de mucho porque basado en el oficio pude recorrer unos cuantos países.

El Hotel de la Barra era un lugar magnífico, no solamente por la estructura que tenía, sino también por la atención, por todo lo que lo rodeaba. Yo tenía 18 años cuando entré a trabajar ahí.

Después siempre estuve en la cocina haciendo algo, como era confitero, panadero, pizzero, cantor, cuentista siempre me estaban llamando y aparte conocía a todo el personal porque era gente de la Barra, que fue lo bueno que tuvo el Hotel: todo el personal era del pueblo, las cocineras, las lavanderas, las mucamas.”

Entrevista / 13 de enero de 2005