La introducción del daguerrotipo en Montevideo provocó la casi simultánea aparición de los primeros fotógrafos aficionados . El médico Teodoro Vilardebó y el político y escritor bonaerense Florencio Varela fueron algunos de los intelectuales que se maravillaron durante las exhibiciones públicas en que se difundió el experimento, adquiriendo posteriormente sus propias cámaras.
Desde comienzos de la década de 1860 el término aficionado fue instalándose en el vocabulario para designar a aquellos fotógrafos que no empleaban la técnica en forma comercial. Los estudios de fotografía comenzaron a ofrecerles lecciones, cámaras, y también la posibilidad de que utilizaran sus instalaciones para trabajar con nuevos procesos fotográficos, formando así un incipiente mercado amateur, usualmente compuesto por hombres adinerados con inquietudes científicas y tiempo libre.
Hacia la década de 1880 la revolución técnica derivó en una ampliación del número de personas capaces de realizar fotografías, incorporando amplios sectores de las clases medias y la nueva burguesía surgida en el último cuarto del siglo XIX. La industria fotográfica se ocupó de bajar los precios y de renovar sus productos. Comenzaron a llegar al Uruguay las placas de gelatino-bromuro, que venían preparadas de fábrica y no requerían revelado inmediato, lo cual simplificó el trabajo de los fotógrafos. Los fabricantes ofrecían a los aficionados cámaras con diseños más atractivos y sencillos y esto, según la prensa de la época, hacía que cada quién pudiera ser “su propio fotógrafo”.
El emblema de estas cámaras fue la Kodak no 1, presentada por la Eastman Dry Co. en 1888. Este modelo incorporó un rollo de negativo de papel -posteriormente remplazado por la película de plástico- que venía montado en la propia cámara. Una vez agotado, el cliente enviaba la cámara a la fábrica, que se encargaba de revelarlo, hacer las copias correspondientes, y devolver la cámara con un rollo nuevo, pronta para su uso. De ahí el célebre emblema de la Kodak, “Usted apriete el botón, nosotros nos encargamos del resto”.
Las nuevas posibilidades fotográficas determinaron la aparición de dos tipos de aficionados. Por un lado estaban aquellos cultores del modelo Kodak, personas sin un particular interés en la fotografía, que la utilizaban para guardar recuerdo de su cotidianeidad y no tenían mayores preocupaciones técnicas o estéticas. Por otro, aquellos que dedicaban gran parte de su tiempo libre a experimentar con las técnicas y los procesos fotográficos y a desarrollar lo que llamaban, siguiendo la influencia los pictorialistas europeos, la fotografía artística.
Estos últimos impulsaron experiencias organizativas, cuyas expresiones más importantes en este período fueron la Sociedad Fotográfica de Aficionados de 1884 y, principalmente, el Foto Club de Montevideo de 1901. Augusto Turenne, Alfredo J Pernín y Luis Mondino, entre otros, fueron algunos de los socios más activos del Foto Club, impulsando la enseñanza de la fotografía, las exposiciones anuales, el contacto con los aficionados europeos y la experimentación con los procesos fotográficos de carácter artesanal pregonados por los pictorialistas, como por ejemplo gomas bicromatadas, carbones y tintas grasas. Con estos procesos lograban imágenes con una estética cercana a la de la pintura, a la que consideraban el canon de las artes plásticas.