La fotografía no fue el resultado de una invención aislada sino de un largo proceso de gestación que involucró a investigadores en distintas partes del mundo. Lograr un método generador de imágenes verosímiles, en el que la mediación de la mano del dibujante y el tiempo de trabajo pudiera reducirse al mínimo era una inquietud común a científicos y artistas desde el Renacimiento. Instrumentos ópticos como la cámara oscura, la cámara lúcida y la linterna mágica se utilizaban en la creación y difusión de imágenes pictóricas.
Hacia el siglo XIX, el desarrollo del pensamiento científico y de la técnica permitió reunir los conocimientos existentes en el campo de la óptica y de la química, en la búsqueda de un procedimiento que hiciera posible generar imágenes fieles de la naturaleza de manera mecánica. En esta materia, experimentos pioneros como los de Henry Fox Talbot, Hercules Florence, Louis Daguerre y Nicéphore Niépce lograron procedimientos para fijar de forma permanente las imágenes de la cámara oscura.
El daguerrotipo fue el primero de estos procedimientos en ser reconocido, difundido y comercializado en el mundo. En agosto de 1839 Daguerre lo presentó a las Academias de Ciencias y Bellas Artes de París, y pocos meses después salían expediciones a diferentes partes del mundo llevando aparatos de daguerrotipo. La corbeta L’Oriental partió hacia la costa americana con la intención de dar la vuelta al mundo. Pasó por Bahía y Rio de Janeiro, donde uno de los profesores que guiaba la exposición, el abate Louis Comte, realizó las primeras tomas por medio del daguerrotipo al sur del Ecuador.
Ante la expectativa de los montevideanos, a fines de febrero de 1840 la expedición llegó a Montevideo. El 29 de febrero y en presencia de un numeroso público el abate Louis Comte tomó una imagen al daguerrotipo de la Iglesia Matriz desde un balcón del Cabildo. En esos días, además de aquella imagen se tomó una del Cabildo y un panorama de la bahía de Montevideo.
Artículos en la prensa y otros testimonios muestran cómo la fotografía generó entusiasmo en el público montevideano, en el que se encontraban varios argentinos exiliados en Montevideo. Lo que impresionaba especialmente del daguerrotipo era la “perfección y exactitud” de las imágenes que se lograban, una fidelidad respecto a lo visible que “sería imposible obtener de otros modos”. Además, sorprendía su capacidad de documentar elementos fortuitos, detalles de la cotidianeidad que aún siendo laterales y casi invisibles en la escena, quedaban claramente documentados en las imágenes. Se imaginaban los usos científicos, artísticos y prácticos que tendría el nuevo instrumento, como apoyo para el registro de viajes, para la observación astronómica o el desciframiento de los jeroglíficos egipcios, entre muchas otras utilidades. Esta tecnología iba perfeccionándose rápidamente, y al llegar a Montevideo ya se conocían varias de las mejoras que había experimentado en los primeros meses tras su presentación.
Al partir la expedición, el abate Comte debió permanecer en Montevideo por problemas de salud y se dedicó a tomar vistas al daguerrotipo por encargo y vender cámaras enseñando su mecanismo, a la vez que daba clases de dibujo y francés.
La primera década de la técnica en el país estuvo marcada por el conflicto bélico que atravesaba la región -la Guerra Grande-, especialmente por el sitio de Montevideo, que dividió a la ciudad y al país en dos áreas de influencia, y estancó su desarrollo a nivel económico y cultural. No obstante, hay una veintena de ejemplos de daguerrotipistas que trabajaron en Uruguay en estos años, provenientes de diferentes países y con diversas profesiones.