El álbum fotográfico
La costumbre de armar y mirar álbumes formó parte de los entretenimientos favoritos de las clases altas desde antes de que existiera la fotografía. Estos contenían iconografía, pequeños objetos y anotaciones literarias o personales. En soporte papel y sobre todo a partir de la divulgación del formato tarjeta de visita, la fotografía se integró a los álbumes particulares, por lo general armados por las mujeres de la familia. Coincidiendo con la expansión de esta nueva forma de representación, de
inmediato comenzaron a venderse álbumes exclusivamente para fotografías. En Uruguay desde los primeros años de la década de 1860 los estudios fotográficos ofrecían “retratos para álbum” y “álbums de diversas clases y tamaños”. En este período la Librería Nueva de Lastarria y la Librería Maricot promocionaban variados surtidos de álbumes para retratos que recibían del exterior. Los había sencillos y sofisticados, “de piel [y] carey”, con “tapas de marfil, nácar [o] incrustaciones de palo de rosa”, llegando a constituir piezas de lujo, con alto valor de mercado.
En las salas de recepción de los grandes estudios, los álbumes solían exhibirse a modo de catálogo, para escoger sistemas y formatos de retratos, a los que se agregaban los que contenían galerías de celebridades, integradas por imágenes de gobernantes y hombres públicos o personajes del campo del arte. Estas fotografías, distinguidas por un número identificatorio, solían coleccionarse y, al igual que ocurría con los retratos particulares, se intercambiaban entre amigos y familiares.
Álbum fotográfico perteneciente a Alejandro Chucarro. 28 x 34 x 7,5 cm. MHN, álbum no 3.
Álbum fotográfico. 19 x 10 x 29,5 cm. MHN, álbum no 79
Álbum fotográfico. 12 x 16 x 6,5 cm. MHN, álbum no 15.
Álbum fotográfico. 12 x 16 x 6,5 cm. MHN, álbum no 15.
Aviso publicitario, El Ferrocarril, Montevideo, 14 de marzo de 1872.
Álbum fotográfico. 24 x 29 x 6,5 cm. MHN, álbum no 18.