Juan Pedro “Coco” Labat. Hotel Pirámides. Ituzaingó esq. Sarandí.
Daniel Sosa / CdF
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Contemporánea

De todas las referencias que tengo, a la que le doy más valor es a la que me contó Madame Pitteau. Era una francesa que me contó que la explotación como tal la había empezado otra francesa, Madame  Hourit. Mi abuelo compró el hotel en sociedad con amigos  bearneses  y vascos y después, como en realidad los otros dos no sabían nada de hotelería, se quedó mi abuelo con todo. Con lo mismo que la sociedad anterior: con la explotación del Hotel Pyrámides, no con la propiedad. Y lo que hizo mi abuelo en un momento determinado fue construir el tercer piso. Yo llegué a conocer a los dueños de la propiedad que eran los dueños de Trabucatti, que era la ferretería  más grande que había en Montevideo. Cuando falleció abuelo, el yerno, casado con mi madre, Román Labat, compró el comercio, no el edificio.

Yo nací en el Hotel. Me llamo Juan Pedro. Pero pudo más un mucamo del hotel del primer piso que se llamaba Manolo que me puso un sobrenombre y al final todo el mundo me conoce por Coco. Nosotros vivíamos en el Hotel, teníamos una pieza doble, con una salita, en el segundo piso. Después nos mudamos para el primer piso, que teníamos también dos habitaciones, una al lado de la otra. Teníamos las dos piezas estas más un baño.

La familia permanece viviendo en el Hotel hasta 1945, cuando se vendió a un matrimonio español que eran los que tenían cambio y agencia de turismo en donde después estuvo la COT, en donde empieza la calle Sarandí. Pasaron 10 años duros porque son los años en que Perón no dejaba venir al turismo argentino. Ahí fue que mi padre tuvo que alquilar a los Mazal el café de la esquina. Los españoles lo tuvieron más o menos 4 años y después le perdimos la pista. Además ni se podía entrar. Al principio fue ocupado por intrusos, después se transformó en casa de hospedaje.

 Los prisioneros que traía el Graf Spee fueron todos al hotel. Había un capitán que hablaba español perfectamente bien y que papá lo había alojado en una pieza  en un comedorcito que nosotros teníamos donde tomábamos el café con leche de tarde.  Sobre todo ese capitán fue el que con super detalle me contaba cómo operaba el Graf Spee. De cada barco traían dos o tres prisioneros que iban a la bodega del Graf Spee. Todos los ingleses dijeron que los alemanes los trataron perfectamente, con total amabilidad. Lo único es que estaban desesperados y cuando recién entraron al hotel, a la derecha había una puerta que daba al comedor y lo primero que hicieron cuando entraron y vieron el comedor tendido y las paneras fue ponerse como locos. Yo los miraba y pensaba ‘pero qué hacen estos? ¿Qué pasa?’ ¡El pan blanco! Había algunos que hacía no sé cuántos meses que estaban prisioneros en el Graf Spee y siempre comían pan negro. Los alemanes comían pan negro.

Entrevista, diciembre de 2005

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