En la naturaleza domesticada del Parque Rodó, el agua constituye un material fundamental de diseño. El lago artificial con isletas es el elemento de mayor jerarquía dentro de su composición. Montero y Paullier lo ubicó próximo al borde urbano del paseo de modo que pudiese ser visto por los transeúntes, y para protegerlo de los fuertes vientos provenientes del Río de la Plata.
En su origen el lago se alimentó exclusivamente del arroyo Estanzuela, un curso de agua que atravesaba los terrenos del parque y desembocaba en la Playa Ramírez. El cauce del arroyo fue desviado en varias ocasiones hasta ser definitivamente entubado en 1911. Ese mismo año la superficie del lago fue triplicada alcanzando su dimensión actual.
El contorno sinuoso del lago impide percibirlo en su totalidad desde un único punto de vista. Esto genera una ilusión de mayor tamaño, e invita a los paseantes a recorrer su perímetro y a sorprenderse con una sucesión de escenas variadas. Su lámina de agua multiplica los colores, las luces y las sombras estimulando los sentidos y provocando estados de ánimo diversos: melancolía, calma, animación. El pequeño castillo se mira en su espejo, las aves se refugian en sus islas y los visitantes se deleitan navegándolo.
Alicia Torres/FARQ