Carlos en el Centro Comercial y Terminal de Tres Cruces
Carlos me recibe en el Centro Comercial y Terminal de Tres Cruces. Ha empezado por dibujar los planos del edificio y ha creado en su carné de notas una especie de mapa. Le ha puesto nombres a los lugares, a los corredores, a las plazas, a los distintos espacios de su residencia. Camina por todo el sitio y me lo muestra verificando que el territorio coincida con su plano. Carlos parece un niño jugando con su mapa del tesoro: mira seguido su carné de notas y trata de corroborar que la realidad se ajuste a sus trazos –ya ha entrado en un bello procedimiento de escritura, pero no se da cuenta–. Caminamos, subimos, bajamos. Gustavo Castagnello nos acompaña en la visita. Carlos como un buen Virgilio nos muestra los lugares y nos hace bajar al sector de encomiendas. Él también ha separado su lugar de trabajo en tres cuerpos, pero en lugar de tres cuerpos horizontales como en el caso de Florencia, se trata de tres cuerpos verticales: planta alta, planta intermedia y planta baja. Visitamos parkings, baños, locales de venta, escaleras, pasillos, corredores. De pronto Gustavo se va y nos quedamos los dos solos. Nos sentamos en la sala de espera de los tantos viajeros que aguardan, y allí nos ponemos a conversar. Y entonces de a poco me empieza a hablar de su vida, de sus antepasados, de su identidad. Hablamos de Paraguay. Y del Paraguay. Carlos quiere encontrarse en la escritura. Quisiera decirle que esa es la mejor manera de encontrar la propia escritura de uno, pero no me atrevo a hacerlo. Lo hago ahora. Carlos ya ha comprendido que escribir teatro histórico, es sumergirse en la propia historia de cada uno. Lo dejo solo en la terminal y me voy, aunque en realidad no tenía ningunas ganas de irme.