Reencuentro entre De Gaulle, Francia y América Latina: un deseo común de independencia nacional y de cooperación.

Para el General de Gaulle, el viaje tiene un carácter ante todo político. Se ubica en el proyecto de rehabilitación de Francia, debilitada por las guerras mundiales y en búsqueda de una vía específica en plena Guerra Fría.

En 1962, durante la crisis de los misiles en Cuba, De Gaulle expresa el apoyo de Francia a Estados Unidos. Sin embargo, este vínculo histórico con Estados Unidos no significa una alineación incondicional, De Gaulle quiere que Francia adopte una política extranjera autónoma.

En 1964, reconoce oficialmente a la China comunista de Mao; al mismo tiempo, empieza un largo viaje por América Latina para exaltar la independencia nacional, forma de crítica y desafíos implícitos a todas las hegemonías de la época.

Sin embargo, los retos de este viaje van más allá del prestigio de Francia. Para De Gaulle, se trata de contribuir al surgimiento de un nuevo mundo ya no bipolar, sino multipolar; un mundo no más fundado en hegemonías e ideologías que contribuyen a dividirlo, sino en la cooperación económica y cultural entre países soberanos. A través de este viaje también quiere agradecer el apoyo a la causa de Francia Libre durante la Segunda Guerra Mundial; Francia y América Latina tienen todas las razones para cooperar, unidas por la historia, la latinidad y una misma visión del mundo.

En estas condiciones, el viaje de De Gaulle, «el Libertador francés», necesariamente tiene que ser bien recibido en América Latina –en aquel entonces muy francófila–. Es la primera vez que un dirigente europeo mantiene una presencia tan fuerte y simbólica, visitando diez países, multiplicando los discursos en español y recibiendo baños de multitudes.

Este viaje permite también la firma de acuerdos de cooperación económica, científica y cultural, particularmente en Argentina y Uruguay.

Cincuenta años después, esos acuerdos aún existen y enriquecen mutuamente a Francia y América Latina.