Al mango

Imagínese un pequeño país de poco más de tres millones de habitantes y de 176.000 km. cuadrados.
Imagínese una pequeña ciudad ubicada en el centro geográfico de ese país, a 184 km. de la capital.
Imagínese un momento de auge y crecimiento explosivo del rock nacional donde en el concurso Pepsi Bandplugged de este año, cuyo límite de edad era de 30 años, participaron cerca de 600 bandas.
Imagínese un festival de dos días en esa pequeña ciudad con las 16 bandas más importantes del país.
Imagínese la concurrencia de 75.000 rockeros llegados de todo el país a esa pequeña ciudad de treinta mil habitantes.
Imagínese un tren especial saliendo de la capital con once vagones repletos de fanáticos en ese país que casi no posee servicio de trenes de pasajeros, bebiendo, cantando, bailando, colgando todo el cuerpo afuera del tren en marcha, saludando los pueblos, a los campesinos, a las vacas...
Imagínese ese tren terminando el viaje en medio del campo frente al parque donde sería el festival.
Imagínese las dos tarde-noches de recital, la euforia de los espectadores, de las bandas, los saltos, el baile, el pogo, las alusiones al triunfo de la izquierda en las últimas elecciones nacionales, el olor a marihuana, la buena onda y amistad entre las distintas bandas y entre los hinchas de cada una de ellas.
Imagínese la noche entre ambas jornadas, las carpas en el parque, en las plazas de la ciudad, los gimnasios con la cancha cubierta de personas durmiendo en el suelo.
Imagínese el viaje de regreso en el tren, los cuerpos cansados durmiendo en los asientos, en los pasillos, en los estantes para equipaje. La tranquilidad de que no se produjeron incidentes y la felicidad de haber vivido algo inolvidable.

Pues bien, eso pasó en Durazno, Uruguay, los días 13 y 14 de noviembre de 2004.

Iván Franco