Habitamos el presente, lo consumimos, así como consumimos historia, memoria y pasado, en forma automática, sin preguntarnos acerca de su inabarcable longitud, sin pensar en que el poder de la historia parcializa y “administra tanto la memoria como el olvido”*, designa el espacio de lo conmemorativo, así como el espacio del desecho y el abandono. Sin duda, es un hecho irrevocable que los discursos y los trazados oficiales no son concluyentes, lo visible en la superficie del mundo es sólo una apariencia, el plano difuso de los acontecimientos, las cosas.
Las cartografías, los mapas –como relatos del mundo– se ofrecen desde la materialidad de una esfera virtual como Google Maps, que induce, desde su representación fotográfica, a experimentar lo real como un registro ilimitado, aséptico y lejano. Contrariamente, en las cartografías imaginadas de Cristian Kirby, la elementalidad de los componentes hace visible una realidad de relieves profundos y silenciosos, que delatan irremediablemente el signo de la ausencia. ¿Es posible traducir ausencia y desaparición? Aun así, en estas cartografías, el punto geográfico, la zona urbana, adquieren forma, palabra, cuerpo y nombre.
El inagotable dictamen de Barthes, esto ha sido, nos interroga sobre la idea de comprender parte de la realidad –sus imágenes– aprehendiéndolas en su diálogo con el presente, como la obra 119, que trae a la luz los cruentos acontecimientos ocurridos entre 1974 y 1975, cuando desde diferentes puntos de la ciudad de Santiago, agentes de la dictadura militar chilena ejercen el acto de la desaparición sobre 119 militantes de izquierda. Este operativo, orquestado como un gran teatro de simulacros, contó con la complicidad de empresarios de medios de comunicación y otros dictadores latinoamericanos, convirtiendo a este grupo de jóvenes en una sinestesia numérica, escalofriante y punzante. Cristian Kirby evidencia estos lugares innominados e inadvertidos en los registros cartográficos y urbanísticos de la ciudad, interrogando la manera en que son habitados, dado un presente que borra y transforma constantemente el espacio del reconocimiento; aquella área donde lo “inolvidable” adquiere presencia y sentido.
En estos mapas imaginados, los lugares existen como idea de paisaje desgastado, descolorido, en que la accidentalidad de los pliegues y torceduras, el reverso, la cinta de embalar, dan el aviso de lo que ha sido; vaciado y arrancado. Señalan el espacio del doble desaparecimiento, su vacuidad en el trazo urbano, lugar donde la emulsión fotográfica intenta fijar una y otra vez su presente.
Las historias intervenidas y fragmentadas, cual palimpsestos que empujan debajo de la superficie, arremeten desde un pasado insondable, más allá del límite de la rasgadura o el colapso de las capas, pero no se registran en el detalle sensitivo de la materia. Lo profundo está en lo que aparece, en los rostros semirrevelados de aquellos que buscan un espacio en la memoria y la justicia adeudada, en lo indecible; lo que no ha tenido forma porque aún no ha sido dimensionado y asentado en la realidad.
Mane Adaro
Curadora independiente
* Collingwood-Selby, E. El filo fotográfico de la historia. Walter Benjamín y el olvido de lo inolvidable. Ed. Metales Pesados. P.