Olga “Tota” Madrid de Fouchou. Cerrito entre Pérez Castellano y Maciel.
Daniel Sosa / CdF
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Contemporánea

 Yo nací en una pensión de la calle Brecha esquina Juan Carlos Gómez. La casa se mantiene en parte. Se mantiene la pared de enfrente y los dos galponcitos. Se llamaba la Pensión La Blanca. Mi madre y mi padre vinieron de Mercedes con un hijo en la panza y recién llegados les decían los Canaritos. Mi madre era cocinera y mi padre era mozo del café y el que hacía de guitarrero. Mi padre tocaba la guitarra muy bien. Tocaba en la escuela y también tocaba las cosas de baile. También tocaba la bandolina en la pensión. Porque era famosa la Pensión La Blanca. De ahí se fueron en el año 1924. La pensión cambió de dueña, pero quedó con el nombre. Ya por el año 1927 no existía más. Estaba compuesta por tres casas que se comunicaban por adentro. Creo que se mantiene una. Hará cuestión de dos tres años fui a verla. Lo demás no existe. Y quizás tampoco existe esa parte ahora.

Y entonces ahí mis padres dejaron de ser servidores. Mi padre pasó a trabajar como guarda en la Compañía Trasatlántica y pasamos a vivir a un conventillo en la calle Alzaibar y el mar. Las casas estaban enfrente al mar. Nosotros vivíamos ahí cuando se construyó la Rambla Sur. Se veían las cosas que se iban demoliendo y los chiquilines nos hacíamos unas casitas con todo eso.

Durante el temporal del 19 de junio de 1923 ya estábamos en la casa de Alzaibar. Nos mudábamos de un lado para otro, pero siempre dentro de la Ciudad Vieja. Sólo una vez, en el año 1931, nos mudamos a Arenal Grande entre Hocquart y Nueva Palmira. Pero que pasaba: nosotros éramos ocho hermanos -ahora somos cuatro- y nos íbamos de la calle Arenal Grande, seguíamos todo Arenal Grande, pasábamos por detrás de la cárcel y salíamos a tomar el ómnibus y bajábamos por una escalera que había detrás de un conventillo que hoy no existe, seguíamos la vía, salíamos hasta Florida y nos veíamos otra vez ahí abajo. Al principio, cuando llegábamos devuelta nos daban una paliza, pero después mis padres se tuvieron que venir otra vez a la Ciudad Vieja.

Antes nosotros entrábamos a cualquier hora al puerto. Había anclados barcos de carga, se aligeraban cargas muy pesadas con maquinarias, había cuatro barcos más y había otros seis o siete a la entrada del puerto, esperando para entrar. Todo esto era un hervidero. Los boliches no cerraban de noche, porque de día y de noche era todo igual. A las seis de la mañana estaban los hombres que habían estado descargando toda la noche y estaban los que a la mañana, cuando bajaban, tenían que esperar hasta las ocho para entrar.

Después de la dictadura todo cambió mucho. Por eso se hizo aquel libro hermosísimo Una Ciudad Sin Memoria. Empieza con la historia del nacimiento de Montevideo y después todas las fotos te van ilustrando un antes y un después, un antes y un después.

 

Entrevista / febrero de 2004.

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