En el año 1958, mi papá empezó a trabajar por su cuenta. Alquiló una pieza acá a dos cuadras donde tenía un depósito y, junto con mi vieja, tiraba propaganda, panfletos y tarjetitas por toda la Ciudad Vieja. Y bueno, así lo empezaron a llamar conocidos de uno y conocidos de otro y la cosa fue evolucionando despacito. No había mucha construcción en aquella época.
Yo era chico y acompañaba a mi padre, porque siempre me gustó. Mis hijos también hicieron lo mismo conmigo. Y no es porque te falte criarte en la niñez, que te falte jugar, que te falte salir. Al contrario, te gusta lo que hace tu padre y lo hacés de corazón. Yo le decía a mi madre “poneme en una escuela de mañana así voy con papá de tarde”. Yo fui a la escuela Sarandí.
Durante años trabajamos en el local que mi papá había alquilado para depósito y con el tiempo fuimos creciendo.
Primero empezaron a venir los vidrios grandes y después salió el aluminio. Antes te decían “Ferraro váyame a la obra a tal lado, tómeme la medida y colóqueme el vidrio”. Desde que salió el aluminio, ya te encargan el aluminio y ya lo mandás con vidrio.
Actualmente, tenemos servicios en vidrios de todo tipo: edificios, reformas, claraboyas, fachadas y aluminio.
En el barrio tenemos mucha obra hecha. Hemos participado en obras como la sede de Buquebus, la Prefectura, la Administración Nacional de Puertos y la sede nueva del Ministerio de Vivienda, entre otros.
Yo he tenido oportunidad de irme porque tengo pasaporte de la Unión Europea, pero de la Ciudad Vieja no me voy ni loco.
Entrevista / enero de 2005.