“Mi abuelo me puso el nombre Ennio, un poeta italiano que se metió a pelear a favor de los franceses y le arrancaron la cabeza… como a este pueblo, Don Quijote con un palo de escoba partido, en vez de una lanza.

La escuela la empecé acá, más tarde pasé a los capuchinos de Nuevo París. Entre las 32 cosas que hice fui vendedor, clasificador de telas, curtidor, mandadero, limpiador... y aparte de todo eso analista. También era remero, paseaba la gente por el río y les explicaba cómo funcionaban las corrientes. Después de hacer dos años de liceo, le dije a mi viejo mirá no gastes mas plata en boletos y en merienda, que es perder el tiempo y empecé a trabajar como vendedor

ambulante. Salía y ganaba unos 20 pesos por día.

Me acuerdo que la mayor parte de la gente del pueblo vivía del Frigorífico Nacional, del Hotel y de la pesca. Como anécdota, había un señor español que le habían puesto el mote de Carrica. Como estaba sin trabajo, hacía changas y cuando estaba la banda de música en el Parque bailaba la jota, con castañuela y todo, chalequito, la faja, pantaloncito ajustado, las alpargatas atadas hasta las canillas, y después pasaba la gorrita, y sacaba más bailando que con la pensión a la vejez y las changas. En verano iba a las quintas del Rincón y le daban papa, manzana y en una época de sequía le dieron una bolsa de naranjas. La gente que entraba en el Frigorífico Nacional se

levantaba a las cuatro de la mañana y después sesteaba, y el español salía a vender a la hora de la siesta y gritaba ¡Ca rrica la naranja! y le gritaban ¡andate a vender a otro lado “Carrica”!. De ahí no fue más Casimiro Gonzáles, fue Carrica.”

Entrevista /12 de agosto de 2005