Cuando yo vine acá esto era un pueblito chiquito como una aldea y me parecía que era una ciudad porque venía de El Tala de Canelones, un pueblito minúsculo.
Conozco mucha gente y mucha gente me conoce por eso. Tuve un club político años y años, después lo dejé, harta de todos esos altibajos y empecé a trabajar y a escribir. Primero a hacer versos y después me pareció poco constructivo y empecé a relatar historias.
Este era un barrio que estaba siempre lleno de gente porque acá trabajaban siempre cerca de 3000 obreros. Y a la salida , a las dos de la tarde, que tocaba un pito las calles todas negreaban de gente. Veías las blusas azules y los zapatos amarillos por todos lados como un enorme hormiguero. Acá llegó a haber una cooperativa de los ingleses. Estaba la casona, la casa de los ingenieros, el puente, los talleres y la policlínica donde durante muchísimos años el doctor Gustá atendía a los obreros. Cuando él se jubiló de AFE, de casi toda la República tocaron a la hora que él se fue. Se iba para la casa que estaba acá frente a la Farmacia. Entonces todos los obreros, los que entraban al turno y los que salían, pararon y lo acompañaron hasta la casa. Él venía de túnica blanca, era muy blanco, con el pelo blanquito y ojos celestes. Vinieron hasta acá, hasta la casa y toda la gente lloraba, incluso yo. Porque me parecía que era una figura patriarcal muy querida y muy reconocida acá. Toda la gente, los vecinos en la vereda, aplaudiéndolo por la labor que él había desempeñado todos esos años.
Blanca Pura / abril de 2003.